domingo, 16 de mayo de 2010

Tiembla tu pedestal, y eso nunca queda bien


Llenas tu boca con dulces versos, etéreas palabras de amor que como estúpida niña me creo. Presumes de amar a la mujer. En término genérico. Como especie en sí misma. Como ejemplar único. Usas toda la grandilocuencia del diccionario para justificar tu argumentación, la métrica, la rima y un pozo sin fondo de amor herido que me hace tragarme el cuento sin parpadear siquiera.


En las distancias cortas he descifrado otro mensaje, una lectura entre tus líneas me devuelve la consciencia: amas algo irreal, algo que no existe, un ideal que has construido y que te hace tratar con inusitado desprecio a toda mujer de carne y hueso que se atreve a tocarte. Quizá seas un cobarde y temas arriesgar tus pertenencias en la mundana realidad, quizá seas un soñador, que encomienda su misma alma a una locura convencido de estar en lo correcto. Una tercera opción es que solo seas un feriante con el pecho vacío

Cuando te atrevas a bajar la mirada al suelo quizás sea demasiado tarde